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Clubes estado

La ofensiva de los clubes-estado

En los últimos años, la compra de equipos europeos de gran tradición por parte de conglomerados con sede en naciones árabes ha generado gran controversia. El historiador especialista en estudios del deporte Jorge Illa Boris hace un análisis de los llamados clubes-estado, criticados por generar desbalances en el fútbol europeo.

En octubre pasado, el Newcastle United FC volvió a aparecer en las portadas de los medios deportivos, pero por un evento que poco tenía que ver con su performance en las canchas. Por esos días, se anunciaba que el Fondo Público de Inversión (PFI) saudí —una de las empresas con un capital de más de 400.000 millones de euros– compraba al tradicional equipo inglés y lo convertía automáticamente en el más rico del fútbol mundial. De esa manera, la escuadra a la que perteneció Nolberto Solano pasaba a anotarse en la lista de los llamados clubes-estado.

El anuncio generó diferentes tipos de reacciones. Mientras que se veía a los hinchas de las ‘urracas’ celebrando a las afueras del Saint James Park por la posibilidad de poder competir con los clubes más poderosos de Europa, equipos rivales como el Liverpool criticaban la compra por generar un desbalance económico en la Premier League y representantes de organizaciones como Amnistía Internacional pedían endurecer los criterios de compra de los clubes ingleses para evitar que cayeran en manos de “gente implicada en graves violaciones de derechos humanos”. Sin embargo, esta tendencia a que los clubes europeos pasen a manos de corporaciones extranjeras que invierten un gran capital en las plantillas tiene ya larga data. Y obedece a una serie de cambios que empezaron a gestarse en la década del noventa.

NUEVOS CLUBES Y NUEVOS HINCHAS

A raíz de las desgracias de Heysel en la final de la Copa de Europa de 1985, en donde murieron 39 italianos por la violencia de los hinchas ingleses, y de Hillsborough en 1989, donde fallecieron 96 aficionados de la liga inglesa, se decidieron toda una serie de modificaciones que cambiaron al tipo de aficionado que acudía a los estadios. En 1992, se creó la Premier League, se construyeron nuevos estadios o fueron modificados para que todo el público tuviera un asiento. Poco a poco, cambió el perfil del aficionado, este fue migrando a uno de mayor poder adquisitivo. Paralelamente, muchos clubes empezaron a cotizar en bolsa y, gracias a la globalización, se dio entrada a capitales extranjeros que se hicieron con el control de los clubes. La compra del Manchester United por el empresario estadounidense Malcolm Glazer o del Chelsea por el magnate ruso Román Abramóvich fueron dos claros ejemplos.

Sin embargo, la compra de clubes por parte de grandes fortunas no se limitó a la liga inglesa, se ha convertido en una transacción habitual en varios países. Por ejemplo, en España son numerosos los equipos en manos de fortunas extranjeras: Valencia, Málaga, Espanyol, Granada, Almería, Mallorca, entre otros, han pasado a manos de grupos empresariales chinos, estadounidenses o árabes.

Aunque si bien la situación no es nueva, la entrada de capitales del Golfo Pérsico ha dado un par de vueltas más a la tuerca. Primero fue el Manchester City adquirido por Abu Dhabi United Group for Development and Investment, un grupo inversor de los Emiratos Árabes Unidos, y ahora el Newcastle. Por mucho que la Premier quiera afirmar que la propiedad del Newcastle no es del Gobierno Saudí, es difícil de creer cuando el director del PFI ha sido nombrado por el príncipe heredero Mohamed Bin Salman. En Francia también se ha dado este fenómeno. En el 2012, el Qatar Investment Authority se hizo con la propiedad del Paris Saint-Germain. Asimismo, en el 2020, el reino de Bahrein se volvió en el principal patrocinador del Paris FC. Estos son los llamados clubes-estado.

Estas adquisiciones plantean el interrogante de si es un mero interés deportivo o detrás hay un interés geopolítico por parte de los países árabes en el fútbol europeo. Si apostamos por lo segundo observamos que bascula entre una rivalidad regional y una coincidencia política.

Qatar es el organizador del próximo Mundial de fútbol en el 2022 y el propietario del PSG que ahora con Messi, Neymar y Mbappe intenta deslumbrar en la Champions League. Arabia Saudí ha liderado una coalición en la región en contra de las políticas de Qatar, intentando incluso que se le retirara la organización del Mundial o lo compartiera con sus vecinos. Así que con la compra del Newcastle los saudís han buscado minimizar el éxito futbolístico de su vecino. La rivalidad política de la región también se ve reflejada en los campos del fútbol europeo. Lo mismo ocurre con el reino de Bahrein que ha invertido en el Paris FC con el objetivo de llevar su rivalidad geopolítica con Qatar a las canchas.

El aspecto político en el que coinciden los tres países es que se encuentran muy alejados del respeto a los derechos humanos: no existe la libertad de expresión —recuerden el asesinato del periodista Jamal Kashoggi en Estambul presuntamente a manos de los hombres de Mohamed Bin Salmán—, ni la igualdad de género, ni la libertad de credo, etc… Y es allí donde entran en juego los valores atractivos y positivos del fútbol, lo que se conoce como soft power.

Sí los saudíes consiguieran que el Newcastle ganara la Premier o la Champions, ¿cuántos de sus seguidores estarían dispuestos a solidarizarse en una protesta en contra de la falta de libertades en Arabia Saudí? Y el mismo ejemplo es válido con los aficionados del PSG o del Manchester City contra los regímenes de Qatar o Abu Dhabi, respectivamente.

LA VOZ DEL BARRISTA

Sobre la impresión del aficionado sobre este fenómeno, el seguidor del RD Espanyol Víctor Serrat, tercera generación en una familia de periquitos, comentaba que ahora los valores ya no son los de hace décadas, y que casi siempre estos capitales aparecen en un momento delicado de la economía de los clubes, cuando corren el peligro de estar a punto de desaparecer, por los que los aficionados los ven como salvadores. Aunque resalta que no siempre las cosas acaban bien con este tipo de propietarios.

Por su parte, el parisino y ferviente hincha del PSG Laurent Marchal manifestó su opinión sobre la posición del aficionado ante el régimen qatarí: “la gran mayoría de los hinchas jóvenes del PSG no se mostrarían dispuestos a quejarse de la falta de Derechos Humanos en Qatar, están agradecidos a los propietarios y no harían enfadar al emir, ya que en el fondo solo conocen la versión PSG-Qatar. Los más veteranos, los que vivimos el PSG de los noventa, estaríamos más dispuestos: sabemos que ser hinchas del PSG no significa desconocer la realidad del país árabe. Además, somos el país de los Derechos Humanos”.

El PSG experimentó un cambio radical a partir de ser adquirido por un conglomerado qatarí en el 2012. Desde entonces tiene presupuesto para comprar a estrellas de la talla de Neymar o Messi. SHUTTERSTOCK.

El catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona, Carles Santacana, comenta que el hecho de que los propietarios sean extranjeros hoy en día no afecta al sentimiento de pertenencia e identidad del aficionado inglés o francés, siguen llevando al campo las banderas de su club y de su país, no la del país de los propietarios, aunque en el futuro no se sabe si podría ocurrir.

En marzo de 2021 hubo la protesta de varias selecciones —Alemania, Noruega y Dinamarca— a favor de los derechos humanos en Qatar y en contra del trato a los trabajadores extranjeros utilizados para construir los estadios de fútbol. Sobre el hecho de que en medio de esa polémica la selección francesa enseguida confirmase que sí iría al Mundial de Qatar, Laurent Marchal apunta un dato importante: “Qatar salvó a la Ligue 1 de la crisis del COVID-19”.

Después de la compra del Newcastle, Amnistía Internacional declaró que con estas inversiones futbolísticas los regímenes árabes buscan un lavado de cara. El término de Sportswashing ya se está popularizando para definir aquellos intereses geopolíticos que instrumentalizan al deporte.

Para realizar una compra de estas dimensiones se necesita que los correspondientes organismos ingleses la acepten. Y aquí también hay unos intereses políticos creados. Durante las semanas anteriores a la venta del club, en Inglaterra se vivieron graves problemas de desabastecimiento de importantes productos básicos como el combustible. En un momento en que las consecuencias del Brexit se empiezan a notar, la vieja política de pan y circo siempre funciona. Si gracias a estas inversiones los clubes ingleses consiguen que la Premier sea todavía más potente, de más espectáculo, se convierta en una Superliga y sus equipos ganen en la Champions, el aficionado olvidará con mayor facilidad los desbarajustes gubernamentales.

Se ha nombrado la Superliga adrede. En abril pasado, el gobierno y los aficionados ingleses atacaron la posible creación de la Superliga europea con manifestaciones acerca que el fútbol era de los aficionados, que debía haber meritocracia y otros argumentos, muchos de ellos índole nacionalista. Ahora, un club inglés será propiedad de un fondo extranjero, preparará un superequipo a base de millones que no han sido creados por el buen desempeño del propio club ni del país. ¿En dónde queda eso de que el fútbol es de los aficionados y la meritocracia? No deja de ser contradictorio que lo que gobierno y afición criticaba en abril ahora se permita. Claro que ante los beneficios, ahora no es momento de las banderas de los valores.

DESEQUILIBRIO EN LAS LIGAS

Desde el punto de vista deportivo, estas adquisiciones crean un desequilibrio evidente debido a que las cantidades que pueden gastar los clubes-estado en fichajes son inalcanzables para los demás equipos. Por ejemplo, el fichaje de Neymar por parte del PSG ascendió a 222 millones de euros. En la Champions League no hay un tope salarial como en la NBA o la NFL y en cada país el fair play económico se rige por distintas reglas. Si la UEFA no obliga a una política común en materia económica de los clubes, la Champions League corre el riesgo de convertirse en una competición de capitales económicos más que de clubes deportivos. Justamente una de las voces que se ha alzado contra la compra del Newcastle ha sido la del director técnico del Liverpool, Jurgen Klopp. “Es como la Superliga, pero solo para un club”, señaló el entrenador alemán.

El problema es que después del apoyo del PSG a la UEFA en su cruzada contra la Superliga es difícil que el ente continental modifique reglas que puedan afectar a los clubes-estado. Por el contrario, el equipo parisino ha sido recompensado como lo demuestra el apoyo que la UEFA le otorgó al presidente del PSG Al-Khelaifi para que se convirtiera en la cabeza de la Asociación Europea de Clubes.

Ya han aparecido las primeras reacciones en equipos de la Premier que piden un boicot en enero a las compras de jugadores por parte del Newcastle, de manera que no se pueda fortalecer para salvar la categoría y ser un potente adversario en el futuro —en el momento de escribir este artículo se ubicaba penúltimo en la tabla de posiciones—. Lo cual no deja de ser hipócrita porque en los casos anteriores de compras de clubes ingleses por parte de grandes fortunas no se reaccionó en ese sentido.

En otras ligas también se intenta reaccionar con movimientos para competir contra los clubes-estado. La portada del periódico español “As” del 17 de noviembre mostraba a Vinicius junto a un montaje que colocaba la camiseta del Real Madrid a Mbappé y Haaland, todavía por fichar, con la sentencia: “Tridente antijeques”. Algunos olvidan las épocas en que eran ellos quienes acaparaban el mercado ‘galáctico’. ~


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  1. Gran artículo, un visión muy clara de lo que está pasando en el mundo del fútbol, felicidades Jorge Illa

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