La espera de 36 años para llegar a un Mundial acabó con una mezcla peruanísima de parranda, exceso y patriotismo. Bendecido por el feriado, el festejo postclasificación, a lo largo y ancho del territorio nacional y balnearios, dejó expuesta no solo la calatería de unos cuantos que cumplieron sus promesas mundialistas, sino también la oportunidad de ser un mejor país si es que nos lo proponemos de verdad.
Recostado sobre paredes descascaradas o tumbado, boca arriba —y boca abierta—, sobre pasto, arena y cemento, amaneció el peruano el último jueves, en distintos puntos de la capital. Poseído por el sentir nacional acudió, obediente y con la blanquirroja puesta, al escatológico llamado del festejo: vamos a cagarla. Y la cagó.
Sorprendió a los transeúntes que los intoxicados, en dulce desmayo, conservaran sus implementos básicos: llaves, billetera, celular y zapatillas. Forjadores de la peruanidad, ‘choros’, ‘marcas’ y ‘peperas’ autodecretaron asueto y, por lo tanto, amnistía para los caídos. El Perú amaneció unido, honrado y borracho.
Existencialista, mientras despertaba a eructos, el peruano caviló: ¿Qué hacemos con esto, ahora que ya somos? Treinta y seis años de marginación mundialista engendraron en las horas siguientes un abanico de peruanidades. Todas bajo un rasgo común: la calatería. Despojo sincero de la materialidad y, por ende, demostración pública del alma. Y del culo, cómo no.
Allí tenemos al patriótico que, en bolas y agitando la bandera peruana como una capa, dio una vuelta a la manzana de la plaza Cibeles en Madrid. Aunque su discurso, alterado por las golosinas de la juerga, fue breve y accidentado, su trote con el poto al aire aportó al orgullo inmigrante.
Los peruanos somos hombres de palabra. Promesas son promesas. Que lo diga Carlos Alcántara Vilar, alias ‘Cachín’, el actor más taquillero del país. A finales de los noventa, cuando interpretaba a Machín Alberto Matute Cárcamo, molde del esposo que combate el feminismo actual (machista, vago y cochino), su personaje juró que se bañaría el día que Perú clasificara a un Mundial de fútbol. El jueves, en horas de la tarde, Alcántara, cuya calvicie podó los rulos de Machín, cumplió pasándose jabón, vía Facebook, veinte años después.
No nos olvidemos de William Luna, talentoso cantautor cusqueño, que entonó Niñachay, canto amable del despecho, presumiendo su “pájaro pequeño” con ajos y cebollas. “Estoy arrepentido, pero no podrán decirme cobarde”, declaró tras retirar el video de sus redes sociales. Dignidad, señores. Peruanos libres, como vinieron al mundo.
Cuidado, más bien, con los bien vestidos que se acercaron a los muchachos del seleccionado en estas horas felices. Un Presidente que defiende su inocencia por tuits, un arzobispo malquerido por sus pares, y un periodista sabelón que se jactaba de pronosticar un nuevo fracaso eliminatorio.
Despierta, peruano. Mientras asimilas el osky en tu hablar y pides, cancherazo, un cebichosky con sus cheloskys, el Congreso se zurra en la democracia y el empresariado gana todos sus Mundiales aceitando árbitros. Despierta ya, peruano. Mientras entrenas tus rodillas bailando Moskau, Moskau, un iletrado, que candidateó a la presidencia, le rompe la mano a cuantos jugadores sea necesario para que su club ascienda a Primera. Club que este canalla bautizó con el nombre de nuestro poeta mayor, además.
Despierta, peruano, para que cuando tu boca expulse un “negro de mierda” pienses en Christian Ramos y Jefferson Farfán. Muérdete la lengua la próxima vez que cholees a alguien. Acuérdate de ‘Cuevita’, hijo de Huamachuco, y su pase del desprecio. O de ‘Oreja’ Flores, retoño de Collique.
Paremos las orejas y abramos los ojos, vigilantes. Que el humo se disipe. Vivimos en el presente ahora. Dejamos de ser los nostálgicos enfermizos. Despierta, peruano. Es el grito que repite la fisión.