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El último Maradona

Tras los homenajes por el aniversario de su fallecimiento, el periodista Pedro Ortiz Bisso exige no olvidar los casos de violencia de género que protagonizó Diego Armando Maradona. Para nuestro columnista, el astro del fútbol se ubica en un espacio similar al de Woody Allen o Michael Jackson, otros ídolos que mancharon su legado por actos aborrecibles.

El último Maradona era un hombrecillo de ojos achinados, barba entrecana y mejillas redondas que agradecía con las manos entrelazadas los múltiples homenajes que empezaron a hacerle en cada cancha que pisaba, como si el mundo futbolístico presagiara el próximo final de sus días.

Ese último Maradona, que hablaba con un hilillo de voz, empequeñecido bajo un apretado gorrito con visera, no parecía ser aquel a quien la cubana Mavys Álvarez acusó de haberla violado a los diecisiete años, mientras su madre lloraba detrás de una puerta. “Maradona me tapó la boca para que yo no gritara, para que no dijera nada y abusó de mí. Mi mamá vino a verme ese día a la casa donde estábamos en La Habana y Diego no le quiso abrir la puerta de la habitación. Mi mamá tocó y él no abrió. Me violó. Eso fue lo que pasó”, le dijo al portal argentino Infobae.

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Tampoco parecía el protagonista de aquel dramático video del 2014, en el que se escuchaba a su pareja de entonces, Rocío Oliva, pedirle a gritos que dejara de golpearla. Estaba muy lejos también de ser el hombre a quien Claudia Villafane, su primera esposa, acusó de violencia psicológica, harta de años de mentiras, vilezas y ataques de toda laya. ¿Es posible celebrar a uno de los mayores genios futbolísticos de la historia y olvidar —o mirar solo de reojo— la recatafila de miserias que acompañaron su vida?

Desde hace un tiempo he encontrado en la nostalgia una fórmula para huir del estrés. La primera secuencia de “Manhattan” con Woody Allen recitando su insaciable amor por la ciudad de los rascacielos suele ser una alternativa eficaz para olvidar las torpezas del presidente Castillo y los desvaríos del Congreso. Pero mientras me deleito con las imágenes en blanco y negro, embellecidas con la música de Gershwin, no puedo evitar recordar a su hija adoptiva Dylan acusándolo de abuso, ni los incendios que suelen proferir Ronan —otro de sus hijos— y Mia Farrow, la madre de Dylan, cuando se les recuerda el caso.

La historia se repite al tararear una canción de Michael Jackson y rememorar las acusaciones de pedofilia en su contra o cuando al revisar las biografías de mis héroes cinematográficos, encontré que Sean Connery le dijo a Barbara Walters que no creía que “sea malo pegar[le] a una mujer si se lo merece”.

Diego Maradona junto a Rocío Oliva.
En el 2014, se difundió un video en el que se podía observar a Maradona agrediendo a su entonces esposa Rocío Oliva. SHUTTERSTOCK.

En el “Maradona, el más gozoso”, su columna publicada en El País, el escritor argentino Martín Caparrós reniega de la figura de “héroe rebelde” construida alrededor del Diego y señala la capacidad de sus compatriotas de inventar “buenos muertos”.  El proceso —señala— es largo y exigente: los vamos mejorando, acomodando, retirando los jirones de carne y puliendo los huesos, sepultando su vida para perfeccionar su muerte.

Los ciudadanos de a pie solemos despojar a nuestros héroes de su condición humana y los elevamos a alturas insospechadas, perdonándoles errorcillos, errores y barbaridades gigantescas. Usamos eufemismos —“el más imperfecto de todos”, “luces y sombras”, “su vida estuvo llena de grises”— en el vano intento de echar tierrita sobre cualquier miseria que pueda hacerle sombra a su estatura de semidiós.

Maradona fue un enorme jugador. Su altura futbolística es comparable a la de muy pocos —Pelé, Cruyff, Messi, Di Stefano y paramos de contar—; sin embargo, creo que lo más justo con él, su feligresía y sus víctimas es recordarlo en toda su dimensión: como un futbolista supremo y un ser humano despreciable. ~

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  1. Tuve ocasión de entrevistarlo en tres ocasiones. Todas ellas en enormes ciudades como la altura -no la de su físico porque apenas medía 1,66- que alcanzó con la pelota si comparamos lo que hizo fuera de las canchas como testigos de su magia con la pelota en sus pies o la cabeza y que ya es otro capítulo de su frondosa historia en su paso por la vida terrenal que hoy no la tiene. Lima, Buenos Aires y Sao Paulo fueron esas ciudades que cito. Y en todas ellas Diego Armando se mostró como el ser humano que fue y que cuando se comparte con las penas, queda en nada. Si la fuerza del fútbol está en el misterio de un resultado, pienso que Diego Armando fue eso porque la realidad y la ficción son almas gemelas ya que siempre una alimenta a la otra. Una vez leí que en Polonia, el país del enorme ‘9’ Mario Lewandowski, se dice que dos cosas se pueden hacer con el pene: acariciarlo o golpearlo. Con Diego Armando los que amamos al fútbol hicimos lo mismo con él: lo endiosamos viendolo solamente jugar con la pelota y le dimos duro cuando la manchó sin público y a solas donde el ser humano -y Diego Armando lo fue como que ya dejó de existir- muchas veces se equivoca. Gracias Pedro por permitirme disfrutar de tan bella lectura. Abrazo!!!

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