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Los hinchas regresaron a las tribunas después de 1 año y 8 meses. COMANDO SUR

La tarde que volvimos a ser felices

Los hinchas tuvieron que esperar 625 días para volver a ver a sus equipos en el estadio. En esta crónica, el periodista Brandon Tavara Salazar reconstruye la experiencia de presenciar la Final de la Liga 1 tras meses de restricciones por la pandemia. Sonrisas, lágrimas, mascarillas y gritos de gol fueron las imágenes que dejó el retorno más esperado.

Nunca había visto tantos abrazos de reencuentro en un estadio, tantas fotos grupales de amigos que no se veían en mucho tiempo, tantas lágrimas de alegría. El ambiente fue mejor de como lo recordaba. Ni las mascarillas fueron capaces de bloquear el aliento acumulado por más de un año y medio. Miles de hinchas a una sola voz, improvisando papel picado con las entradas impresas, reventando globos que simulaban el sonido de fuegos artificiales, haciendo retumbar las gradas y levantando el polvo de un Estadio Nacional que parecía haberlos esperado todo este tiempo. La vuelta al estadio fue una fiesta, entraron aproximadamente 15 mil, pero representaron a millones.

Cuando tuvimos que encerrarnos, todos extrañábamos algo. Si bien había cosas más importantes en qué pensar -como sobrevivir, por ejemplo-, también es cierto que todos extrañábamos los asuntos “sin importancia” que nos ayudan a sobrellevar nuestros días. Algunos extrañaban a sus amigos de la universidad, otros ir a un bar, las fiestas de fin de semana, la playa, el campo. Pero también, estábamos lo que esperábamos el fin de semana para ir al estadio a ver a nuestro equipo. Para saltar, cantar y, si teníamos suerte, botar todo el estrés de la semana a través de un grito de gol.

Los hinchas esperaron más de seiscientos días para poder volver a alentar de forma presencial a su equipo. Ni las mascarillas fueron capaces de bloquear el aliento acumulado durante tanto tiempo. ALIANZA LIMA.

Cuando se anunció que los partidos de las finales se jugarían con público, fue como si el tiempo no hubiera pasado. Siguiendo las rutinas de la vieja normalidad, lo primero que hice fue separar esa fecha: pedí permiso con anticipación en el trabajo, ahorré dinero específicamente para las entradas y no acepté compromisos, ese día no iba a estar para nadie.

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Como suele ocurrir, el día de la venta de entradas fue una incógnita que nos tuvo ansiosos a los hinchas durante toda la semana. Finalmente, cuando se anunció la fecha de venta, se atrasó un día por problemas con el Ministerio del Interior. La razón era la misma de toda la vida: la falta de garantías. Llegada la hora pactada, la web de venta colapsó y no cargaba nada. 500 Internal Server Error fue el mensaje con el que me encontré, el mismo que se volvió tendencia número uno en Twitter. En la red social, los tuits contra la falta de previsión de los organizadores expresaban muy bien lo que sentíamos los miles que veíamos nuestro sueño desvanecerse. El sueño parecía transformarse en pesadilla.

En ese momento de desesperación apareció un revendedor que me ofreció la entrada de sesenta soles porque “su papá que no va a poder ir” al módico precio de cuatrocientos soles. Pero, por suerte, en estos casos siempre aparecen manos amigas. Cuando ya estaba maldiciendo mi suerte, apareció un mensaje que me decía: “Oye, ya pude entrar a comprar, ¿compro para ti también?”. También me llegó otro de un desconocido al que le sobraba una y que me la ofrecía al precio original. Sin embargo, ya con la satisfacción de tener tu entrada en la mano, la ansiedad no disminuía. Llegada la víspera del partido, los nervios no me dejaban dormir, revisaba mi celular y podía ver que mis amigos tampoco conciliaban el sueño. La vuelta al estadio era una realidad y faltaban pocas horas.

DE VUELTA A CASA

Al llegar al estadio, parecía que nunca hubiera existido una pandemia. Fuera de las mascarillas, que ahora son parte de nuestro rostro, todo sigue intacto. Los revendedores que te susurran: “entradas, compro, vendo, tengo sur, tengo occidente”. Los perros policías que te saludan con una sonrisa mientras sus dueños te largan con la mirada. Los caballos de la policía montada que dejaban sus sorpresas olorosas por todos lados, y los vendedores de camisetas bamba que escapaban de ellos. Todo había vuelto a su lugar.

Justamente me encontré con Víctor, un vendedor de camisetas en los alrededores del estadio. Lo veo feliz y me acerco. “Tengo camiseta amiguito, pruébate, toma”. Le digo que ya tengo la mía, se relaja un poco y me confiesa: “Ahora tengo que correr de la policía, pero extrañaba todo esto. Hace veinte años que trabajo vendiendo camisetas y ya se extrañaba volver”. Le pregunto cómo hizo todo este tiempo sin público y me contó que la pandemia le afectó muchísimo, “tenía que recursearme en los mercados, ni modo, pero no es lo mismo, pues. Pero ya estamos acá, al fin, amiguito, ojalá haya más partidos nomás”. Mientras terminaba de hablar, vio un policía acercándose, guardó todas sus camisetas en una bolsa de rafia y se despidió trotando. 

Ya en la fila, se acercaba la hora de ingreso y un grupo de hinchas empezó a cantar, al instante toda la cola le siguió el coro. Francisco, el VIP encargado de la seguridad de la puerta, de mínimo 1.90 m., moreno, grande y con cara de pocos amigos, me comentó que extrañaba muchísimo asistir al estadio, así sea para trabajar. “Yo siempre vengo, yo soy de la gente del Cono Sur, de la gente de Surco, pero me tocó trabajar”. Él, hincha de Alianza a muerte me confesó, está volviendo a trabajar y se reencontró con sus compañeros después de meses. “Recién estamos volviendo varios. Pero para el siguiente partido no pienso trabajar, voy a entrar a la tribuna sí o sí”, me aseguró antes de abrir la puerta al público.

Hinchas de Cristal en la tribuna del Estadio Nacional.
Los abrazos volvieron a las tribunas del Nacional. El domingo pasado, el ambiente volvió a ser festivo. Más allá del resultado, el fútbol terminó ganando. PRENSA LIGA 1

Fui el primero en entrar, pero dos chicos de como 25 años se adelantaron corriendo y saltando. Ellos -súper serios y poco habladores- estuvieron haciendo cola atrás mío por horas, pero se transformaron a penas cruzaron el umbral de la puerta del nacional: saltaron como dos niños, se abrazaron y uno le dijo al otro: “ya ves, te dije que volveríamos, ¿te dije o no te dije? Estamos en la cancha, hermano”, mientras subían las escaleras silbando.

Esas escaleras amarillas del nacional eran el camino que había que subir para poder encontrarnos con el tan esperado color verde que todos fuimos a ver. Voy al estadio desde hace doce años y me sigue erizando la piel ese primer vistazo al césped. Cuando era niño mis papás no me dejaban ir al estadio hasta que un día me invitaron a un partido contra el Alianza Atlético de Sullana en el 2009. En ese entonces se permitía el ingreso de instrumentos a las barras y me quedé enamorado de los sonidos de la tribuna. Al inicio, el retumbar del bombo me hizo pensar que algo malo estaba pasando, pero luego cuando salió la barra con los instrumentos me olvidé por completo de que se estaba jugando un partido de fútbol. Me pasé los noventa minutos mirando a esos chicos sin polo que saltaban, se abrazaban y gritaban sin parar. Desde aquel día no había parado de asistir por lo menos una vez al año. Claro hasta que llegó el 2020 y la maldita pandemia. Es por esta razón que mientras subía las escaleras, sentía una emoción indescriptible. No soy creyente, pero me hubiera encantado agradecerle a Dios por dejarme vivir lo que estaba viviendo. Tenía ganas de soltar unas lágrimas, pero me contuve, todavía faltaba mucho por delante.

JUNTOS SOMOS MEJORES

Nunca había visto tantos abrazos de reencuentro en un estadio. Fotos grupales de amigos que se volvían a ver luego de mucho tiempo. Dos chicas que se abrazaron llorando e incluso una camiseta que decía “por los que alientan desde el cielo”.

El regreso al estadio también dio la oportunidad de recordar a lo(a)s hinchas que nos dejaron en los últimos meses. MICHELLE SALAS.

Las dos horas de antesala al partido se pasaron volando. Las tribunas se comenzaron a poblar y empecé a dudar del mentado treinta por ciento de aforo permitido para el partido. Otra vez pude ver aquella masa de hinchas sin polo saltando, abrazados y cantando. La competencia de quién canta más fuerte con la barra de al frente. La gente de Oriente y Occidente mirando a ambas barras, tomando fotos y grabando. Los drones dando vueltas por encima de nosotros. Los jugadores que calentaban en el césped recibiendo al aplauso de sus hinchas.

Segundos antes de comenzar el partido el chico de mi lado se persignó tres veces y miró al cielo. El que estaba a mi otro costado se colocó sus lentes para ver mejor. Yo me aguantaba las lágrimas que me querían vencer desde las escaleras. Pero ninguno habló con el otro, por los nervios imagino. Cuando llegó el gol los tres nos abrazamos como si fuéramos los mejores amigos. Las lágrimas fueron más fuertes que yo y definitivamente mi garganta fue la que sufrió más. Al frente también gritaron un gol y luego gritaron más fuerte por su anulación. Los entendí, finalmente, gritarle al árbitro es parte del ritual que acompaña el estar en el estadio.

Definitivamente esta vuelta al estadio ha sido una fecha bastante emotiva para todos. Fueron casi dos años de emociones contenidas, de abrazos pendientes y estrés acumulado. Todos ansiábamos poder volver a gritar un gol en la tribuna y abrazarnos con el desconocido de al lado; sin embargo, ese día nadie necesitó de una anotación para dar un abrazo de gol. En el fútbol, el objetivo siempre será ganar, pero esta vez no importó tanto el resultado. Lo que realmente importó fue comprobar que hay muchísimas cosas que ningún virus se podrá llevar, que un partido siempre será la excusa para reencontrarnos. La próxima excusa será el 28 de noviembre, tal vez ahí sí importe el resultado, pero ese es un partido aparte.

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3 comments
  1. Súper interesante la parte en la que explica las experiencias de los trabajadores! En general, un gran texto que recoge los sentires de muchos y muchas

  2. Una descripción muy detallada y sobretodo emotiva, que nos lleva a vivir e interpretar los sentimientos reprimidos por aquellos que no tuvimos la suerte de asistir al estadio y el agradecimiento por la mension a aquellos que si pueden ver el partido desde el cielo, felicitaciones por la nota, excelente

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