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Cinco historias en las que el terrorismo se cruzó con el fútbol

Poseen la apariencia de ser relatos aislados, meras coincidencias o caprichos de una etapa marcada por la violencia en el Perú. Pero, en realidad, las cinco historias incluidas en este compendio sobre el terrorismo durante el Conflicto armado interno, a propósito de los 25 años de la captura de Abimael Guzmán y la cúpula de Sendero Luminoso, tienen un rasgo común: el fútbol como un campo alternativo para entender la cotidianidad del terror.

Mientras la muerte rondaba de cerca por pueblos quechuahablantes y puestos de vigilancias en ciudades sin luz, una pelota, rodando sobre el césped de un estadio, se convirtió muchas veces en ese elemento que hacía posible creer que todo lo que pasaba allá afuera no era parte de una irrealidad, de una inacabable pesadilla.

Cada una de las cinco historias reunidas dice algo acerca de cómo el fútbol —a veces como telón de fondo, a veces como elemento aparentemente casual— resume esa convivencia diaria con el espanto del Conflicto armado interno (1980-2000), esa cotidianidad alterada, pero cotidianidad al fin y al cabo. Porque incluso desde el fútbol también es posible aproximarse al terror

I

El clásico que quedó en segundo plano (1992) 

El 12 de setiembre de 1992 debía pasar a la historia como el día en que Universitario de Deportes le ganó 2-0 a Alianza Lima en Matute por la fecha 21 del Descentralizado. Los hinchas de la ‘U’, que celebraron los goles de Juan Carlos Letelier y Álvaro Barco, se fueron de La Victoria, pasadas las 6 de la tarde, con la certeza de que los periódicos del día siguiente tendrían una cobertura fantástica del triunfo del equipo del serbio Iván Brzic. La punta era más crema que nunca.

A menos de cuatro kilómetros del estadio aliancista, sin embargo, un grupo de agentes del Grupo Especial de Inteligencia del Perú (GEIN) estaba a punto de cambiar no solo las portadas del día siguiente, sino también la historia del país. Encabezados por Marco Miyashiro, los miembros de la Policía montaban guardia desde las 3 de la tarde a la espera de dar el golpe definitivo en la casa de la Calle 1 de la urbanización Los Sauces, en Surquillo, donde presuntamente se encontraba el líder senderista Abimael Guzmán. Desde la sede del GEIN, en la avenida España, en el Centro de Lima, Benedicto Jiménez, comandante a cargo del equipo, coordinaba los últimos detalles.

Después de un largo proceso de investigación, que había empezado en 1990 con el seguimiento de diferentes enlaces y mandos medios de la organización senderista, el allanamiento de varios inmuebles, algunos en Monterrico y otro en Balconcillo, Jiménez y Miyashiro estaban convencidos de que la casa de la bailarina Maritza Garrido Lecca y su pareja Carlos Incháustegui, en el 459 de la calle 1, era la fachada del refugio del cabecilla número uno de la organización criminal, responsable de la muerte de 35 mil 673 personas desde 1980 hasta esa fecha.

El clásico en Matute acabó, dos horas y media antes de la captura, con triunfo de la ‘U’ por 2-0. ARCHIVO/PERÚ 30

El ambiente de fútbol se respiraba aquella tarde en las calles limeñas. La inclinación por el deporte más popular no les era extraño a los oficiales del GEIN, que como parte de sus operaciones de seguimiento habían apodado “Sotil” a Luis Arana Franco, encargado de proveer dinero a las operaciones de Socorro Popular, brazo operativo de Sendero Luminoso. La referencia al exfutbolista Hugo Sotil, figura en Alianza Lima, Barcelona y retirado en 1985, resumía el rol del que terminaría proporcionando información clave para la Captura del Siglo: “Repartía los pases”, según explicó, años después, el propio Benedicto Jiménez.

“No nos entregó la dirección exacta de Guzmán, pero sí el derrotero. Por ejemplo, nos ayudó a identificar a una muchacha joven y blanca a la que entregó dinero y que era escoltada por un sujeto de barba. Al aplicarle la observación y vigilancia a los dos, sin que supiéramos que se trataba de Maritza Garrido Lecca y Carlos Incháustegui Degola, llegamos hasta la casa de Los Sauces donde se escondía Abimael Guzmán. Sin Arana, probablemente nos habríamos demorado más en encontrarlo”, señaló el ahora general Marco Miyashiro.

El minucioso y paciente trabajo de inteligencia del GEIN —aislada iniciativa que no contaba con el apoyo directo de Alberto Fujimori— estaba a punto de ser coronado.

A las 8:14 de la noche del 12 de setiembre de 1992, apenas minutos después del inicio del segundo tiempo del clásico, retransmitido en diferido por Global Satélite (Canal 13), con el relato de Toño Vargas, el grupo de asalto de GEIN ingresó a la casa de Los Sauces y capturó al máximo líder de Sendero Luminoso. Solo era cuestión de horas para que todo el Perú lo supiera. Ni la copa recibida por José Luis Carranza, ni el altercado verbal de Miguel Ángel Arrué, técnico blanquiazul, con un hincha al finalizar el partido, tendrían más importancia que el anuncio que estaba por darse.

La noche de su captura, el líder senderista, Abimael Guzmán, tenía sintonizado Global Satélite, canal responsable de la transmisión del clásico. HÉCTOR MATA/AFP/GETTY IMAGES

Raúl Behr, en la web De Chalaca, narra el desenlace con minuciosidad:

“Algunas versiones policiales recuerdan que el televisor de Guzmán estaba sintonizando el canal 13; aunque se sabe que Guzmán no tenía interés por el fútbol, sí tenía afición por el boxeo, por lo cual es probable que estuviera aguardando el match entre Julio César Chávez y Héctor ‘El Macho’ Camacho, que Global iba a transmitir luego del clásico. Paradójicamente, una hora más tarde, durante la transmisión de la pelea, un cintillo confirmó el rumor que ya invadía medio Lima: Abimael, por fin, había sido capturado”.

II

Una final, la mejor distracción (1990)

El Mundial de Italia 1990 se seguía con atención dentro y fuera del penal Miguel Castro Castro en San Juan de Lurigancho. La fiebre del fútbol había sido capaz de suspender —en parte— la angustia colectiva tras el triciclo-bomba lanzado al bus que trasladaba a los Húsares de Junín (ocho de ellos murieron), el coche bomba a la comandancia policial en el distrito limeño de Breña y el ataque mortal a dos policías que custodiaban una torre de alta tensión en Independencia.

Si bien los atentados por parte de Sendero Luminoso no se detenían, el juicio a Víctor Polay Campos, líder máximo de Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), devolvía la esperanza a la ciudadanía en una lucha real contra el terrorismo. El camarada ‘Rolando’ había sido detenido en febrero del año anterior en el Hotel de Turistas de Huancayo junto a su pareja Rosa Luz Padilla y a inicios de julio de 1990 empezó a ser juzgado por la Sala Superior del Poder Judicial. El miércoles 4 de aquel mes, Víctor Polay Campos se presentó ante los jueces para afrontar el pedido de entre 18 y 25 años de prisión por el cargo de integrar y dirigir una banda terrorista. Por la noche, Alemania aseguraba su pase a la final del Mundial tras derrotar por penales a Inglaterra. Los últimos días del gobierno aprista oscilaban entre el fútbol y la incertidumbre a nivel político.

La fuga de los 47 emerretistas se daría pocas horas después de las celebraciones de Alemania en Italia 1990. BONGARTS/GETTY IMAGES

Así se llegó a uno de los sucesos más esperados de entonces: la final entre Alemania y la Argentina de Diego Armando Maradona, campeona en el Mundial anterior. Mientras buena parte de la atención de los peruanos estaba en la transmisión televisiva llegada desde Italia, en una precaria vivienda, ubicada en uno los lotes cercanos al penal, se afinaban los últimos detalles de una de las fugas más espectaculares que se hayan registrado en la historia carcelaria del Perú.

Un año antes, durante el verano de 1989, una joven pareja de enamorados se había mudado a aquel predio. Según un reportaje del periodista Luis Felipe Gamarra, nadie veía con sospecha que recibieran la visita diaria, en distintos horarios, de 25 personas, todas integrantes del pelotón urbano de fuerzas especiales Comandante Panduro Rengifo, cuya misión era construir un túnel de 332 metros de longitud por el que 48 de sus camaradas acabarían escapándose. El señuelo era una cantera de arena, que servía como negocio informal, lo que no daba indicios a la Policía de seguridad del penal sobre lo que ahí se venía tramando.

“Terminó de demoler el prestigio del gobierno aprista”, explicó Enrique Zileri, director de la revista Caretas, quien había ofrecido una cobertura exclusiva sobre el caso.

Para Zileri, las sospechas de una supuesta complicidad de Víctor Miranda, jefe del Instituto Penitenciario (INPE), Agustín Mantilla, ministro del Interior, e incluso de Alan García, aún presidente en funciones, no tenían asidero. “La verdad es que era resultado del caos final de ese gobierno y la capacidad del MRTA de organizar cosas increíbles”.

El penal Castro Castro, ubicado en San Juan de Lurigancho, era considero el más seguro del Perú en 1990. PIERO VARGAS/AGENCIA ANDINA

Luego se demostraría que Víctor Polay Campos contó con el apoyo de algunos miembros policiales para trasladarse desde su celda especial hasta el pabellón emerretista.

“Polay pasa de pabellón a pabellón esa madrugada, después de un plan extraordinario, con mapas, con instrucciones por escrito, con una serie de detalles que él deja en su celda como un elemento de exhibicionismo. El tipo pasa y está todo planeado para que suceda durante la final del Mundial”, explicó el director de la revista.

En realidad, la fuga se concretó horas después, durante la madrugada del 9 de julio, pero se había puesto en marcha mientras el polémico árbitro mexicano Edgardo Codesal pitaba el penal a favor de Alemania a los 85 minutos. El capitán teutón Andreas Bremen se encargaría de entretener con su gol a medio país, incluido a los guardias de seguridad del penal Castro Castro, mientras a 15 metros del suelo, el túnel, iluminado con energía eléctrica robada del propio centro penitenciario, aguardaba el paso sigiloso de 47 terroristas encabezados por Víctor Polay Campos.

El jefe policial de Seguridad del penal, Miguel Mayurí Mora, no se daría por enterado hasta horas después tras el hallazgo de un diario que detallaba la construcción del túnel: 950 toneladas de piedra y arena extraídas sin que nadie lo advirtiera. Investigado por el fuero militar, no se le halló culpable, pero poco tiempo después fue invitado al retiro. En cambio, Raúl Járez Gago, director superior de la entonces Policía de seguridad, fue sentenciado por malversación, delitos contra el deber y dignidad de la función, negligencia, fraude contra la fe pública y contra la administración de justicia. Paradojas de la vida, acabó cumpliendo condena en el mismo penal que descuidó.

El túnel tenía una longitud de 332 metros y contaba con iluminación y ventilación. ÓSCAR MEDRANO/LA REPÚBLICA

La recaptura de Polay, exmiembro de la Juventud aprista y amigo de Alan García, recién se daría el 9 de junio de 1992, casi dos años después. Un tribunal ‘sin rostro’ lo condenó a cadena perpetua, pero luego el Tribunal Constitucional anuló su condena en 2001 y, tras un proceso judicial en el fuero civil, recibió 32 años, primero, y 35, después, para ser purgados en el penal de máxima seguridad de la Base Naval del Callao.

Hoy ya no quedan rastros del túnel por el que escapó. En 2001 fue destruido a causa de la construcción de una zanja de más de 500 metros que rodea el penal Castro Castro. Cualquier intento de fuga se ha reducido ahora a una fantasía hollywoodense.

III

Un atentado en el vestuario (1991)

La mañana del jueves 9 de mayo de 1991 Héctor Mathey estaba de buen ánimo. El lateral derecho de 19 años, de Deportivo Municipal y el seleccionado Sub 20, había destacado en el equipo B y confiaba en ser tomado en cuenta por el técnico Ramón Quiroga en el once titular que enfrentaría a Alianza Lima, su club de origen. La molestia por haber mudado las prácticas los dos días anteriores, del estadio de San Isidro al parque El Olivar, era parte de la anécdota de la semana. La amenaza de coche bomba en las inmediaciones del cuartel San Martín, justo al frente del campo municipal, obligaba a tomar precauciones y el plantel se mostró comprensivo.

Al acabar el entrenamiento, Héctor Mathey se dirigió a los vestuarios para darse una ducha. Como la mayoría de los que entraron, se percató de una extraña lata de aerosol, colocada en una ventana, pero no le dio mayor importancia. Pocos minutos después, el artefacto, que tenía la apariencia de un desodorante, empezó a pasar de manos hasta el desenlace fatal, como cuenta el periodista Roberto Castro, a partir de reportes periodísticos de aquellos días:

“La fatalidad comenzó a rondar cuando el capitán Juan Vidales encontró en la cornisa de una de las ventanas del vestuario un envase de desodorante. Curioso, comenzó a tomarlo con la mano y a juguetear con él, pasándolo a sus compañeros como si se tratara de una pelota. Lo tomó primero Alfonso ‘Cococho’ Reyna, y luego el zaguero Juan Mármol, quien incluso llegó a llevárselo a la boca. Los dos últimos lo volvieron a dejar tirado y comenzaron a subir la escalinata del vestuario. Segundos luego, el vicepresidente del club, Franklin Allemant —hijo de José Marcelo, entonces presidente de la institución—, volvió a tomar el artefacto y repitió el juego con el joven lateral Héctor Mathey; y súbitamente, el objeto de marras explosionó ante la estupefacción general”.

La noticia conmocionó Lima, pero nunca se pudo saber quiénes fueron los autores materiales del atentado. REPRODUCCIÓN/LA REPÚBLICA

El paraguayo Gustavo Bobadilla, arquero titular de aquel Municipal, estuvo presente en el vestuario y recuerda muy bien el momento exacto de la tragedia:

“Eran los años en que el terrorismo estaba muy fuerte en el país. En uno de los entrenamientos, uno de los jugadores encontró algo parecido a un envase de desodorante y comenzamos a tirarlo unos a otros a manera de broma, pero ese objeto era un explosivo y reventó en las manos del hijo del dirigente Allemant. Ese día fue horrible, el chico perdió una mano, Ramón Quiroga (técnico) quedó herido de gravedad y Héctor Mathey murió con el impacto. Yo sufrí algunos daños, pero me salvé de la muerte”, dijo al diario ABC Color de Asunción.

En medio del humo y la sangre, la escena era desgarradora: Héctor Mathey yacía en el suelo con heridas en los brazos y en la cabeza, y Franklin Allemant tenía la mano derecha desprendida a causa de la detonación. Los futbolistas Enrique Vega Centeno y Carlos Guillén sufrieron lesiones menores y el técnico Ramón Quiroga, el impacto de unas cuantas esquirlas. Aún con la conmoción, se pidió el auxilio del Cuerpo de Bomberos, que, tras unos 20 minutos, llevó al lateral derecho hasta el Hospital de Policía. El daño cerebral era severo y por eso a las 15:10, en plena sala de operaciones, Héctor Mathey sufrió un paro cardiorrespiratorio que acabó con su vida.

El entierro del joven futbolista en el cementerio El Ángel fue desolador. Sus compañeros en el Sudamericano Sub 20 de Venezuela no comprendían lo ocurrido. Miguel Company, por entonces técnico de la Selección peruana, mostró toda su impotencia en una entrevista a El Comercio. “El futbolista es, en general, gente sana que no puede ser utilizada por tipos que, me parece, han buscado hacerse propaganda a través de un atentado contra un equipo de fútbol”, dijo.

Company estaba convencido de que el atentado había sido perpetrado por alguno de los dos grupos terroristas que tenían sitiado al Perú. Las investigaciones posteriores, sin embargo, no permitieron responsabilizar a Sendero Luminoso o al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).

Uno de los guardias del complejo deportivo reveló que, días antes, había recibido amenazas tras declarar a los medios de comunicación sobre un posible atentado en el frontis del cuartel San Martín. La base militar ya había sido atacada el 5 de mayo de 1989 por parte de un comando subversivo del MRTA, como respuesta al enfrentamiento con el Ejército peruano en Molinos, en el departamento de Junín, donde murieron 58 emerretistas.

Otro de los interrogados, el jardinero del estadio municipal de San Isidro, confirmó que horas antes de la explosión había encontrado una supuesta lata de aerosol. Convencido de que podía ser de alguno de los futbolistas, la colocó en la ventana del vestuario sin imaginar que se trataba de una bomba. La Policía, tras la inspección del lugar, encontró otros dos explosivos en el complejo, pero no pudo comprobar que se trataran de cargas colocadas por miembros del MRTA.

El mismísimo Abimael Guzmán se refirió al caso de Mathey, responsabilizando al gobierno y a las Fuerzas armadas de su muerte. PALACIO DE GOBIERNO/AFP/GETTY IMAGES

Poco después, y mientras el torneo Metropolitano quedaba suspendido temporalmente como homenaje a Héctor Mathey, Abimael Guzmán, máximo líder de Sendero Luminoso se refirió a la muerte del futbolista en su ensayo “Sobre las Dos Colinas: Documento de estudio -de SL- para el balance de la III Campaña, 1991”:

“Campañas de contrapropaganda negra y estratagemas asesinas son aplicadas por las Fuerzas Armadas y Policiales en diversas partes del país y tienen la misma ‘marca de fábrica’ reaccionaria apuntando a desprestigiar el Partido y alejar a las masas, montan siniestros planes que presentan propagandizándolos como maquiavelismo o monstruosidad terrorista. Así, el 91, en abril, en el barrio de San Sebastián, Cusco, 2 niños mueren por explosión de granadas de guerra; en mayo, en alrededores del cuartel San Martín, Lima, las Fuerzas Armadas ‘no limpiaron bien’ los restos de coche-bomba del MRTA y una explosión mata al día siguiente a un futbolista publicando ‘nuevo blanco del terror’”.

Hasta el día de hoy no ha podido determinarse a los culpables materiales de la muerte de Héctor Mathey. Lo único claro es que fue la guerra interna, desatada por los grupos terroristas contra el Estado peruano, la principal causante de las miles de víctimas colaterales.

IV

Un partido al interior de la embajada (1996)

En pocos segundos, la recepción por el cumpleaños del embajador japonés en el Perú, Morihisa Aoki, se convirtió en un salón repleto de pánico e incredulidad. Los 600 asistentes, la mayoría vinculados al mundo político, pasaron a ser los rehenes de 14 integrantes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), armados con fusiles Kalashnikov (AKM), ametralladoras UZI, lanzacohetes, pistolas, revólveres y granadas de mano.

Pasadas las 8 de la noche del 17 de diciembre de 1996, los captores anunciaron sus demandas: la liberación inmediata de 458 de sus integrantes encarcelados, el traslado de todos ellos a la Selva central, la revisión de las políticas económicas del Estado y el pago de un “impuesto de guerra”. Todo consta en el Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)

Una hora y veinte minutos después del asalto, el comando subversivo liberó a 106 personas, en su mayoría mujeres de avanzada edad, entre ellas la madre y la hermana del entonces presidente Alberto Fujimori, lo que dio paso al inicio de las negociaciones. A partir de ahí, por cuatro meses y cuatro días, la toma de la Embajada de Japón adquirió trascendencia mundial.

A causa de la reducida logística al interior de la residencia, los captores, al mando de Víctor Cerpa Cartolini, liberaron, en las semanas siguientes, a más personas hasta quedarse con 72 rehenes. En paralelo, el Ejército del Perú empezó a preparar el Plan de Operaciones Nipón 96, que, como explicó el diario El Comercio “por motivos políticos del entonces presidente Alberto Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos, pasó a llamarse ‘Chavín de Huántar’”.

PEDRO UGARTE/AFP/GETTY IMAGES

Según Umberto Jara, autor del libro Secretos del túnel, la idea de construir ese acceso no se inspiró en el Complejo Chavín de Huántar como quiso hacer creer Fujimori para atribuirse una idea que nunca le perteneció.

“Unas semanas antes del rescate Fujimori y Montesinos analizando el ámbito político decidieron cambiar el nombre. Después del rescate en toda entrevista que concedió Fujimori se encargó de resaltar su condición de autor del plan Chavín de Huántar”.

La estrategia de rescate también incluyó la colocación de micrófonos al interior de la residencia. Cinco días después de la toma, se dispuso el ingreso de falsos electricistas, que plantaron aparatos de escucha en las lámparas, y en las linternas, entregadas a los emerretistas tras el corte del fluido eléctrico. También se introdujeron micrófonos en termos cargados de café, que permitieron escuchar los principales diálogos de los cuatro subversivos al mando, Néstor Cerpa Cartolini, Roli Rojas Fernández, camarada Árabe, Eduardo Cruz, alias Tito, y Luz Villoslada, camarada Gringa.

En todo momento, la decisión de Alberto Fujimori fue aparentar ser partidario de una solución pacífica, mientras se construía una réplica de la embajada en el cuartel Alfonso Ugarte de Chorrillos para los ensayos de un posible asalto militar. Como explica Umberto Jara, dos situaciones obligaron al gobierno a no alargar más el rescate:

“Una Carta del embajador Aoki, en donde le informó que la paciencia de los rehenes ya estaba llegando a su fin y que estaban realizando una estrategia para escapar de la residencia. La otra cuestión fue las continuas exigencias del primer ministro japonés de ceder a las exigencias del grupo terrorista. El 17 de abril, Fujimori y el monseñor (Juan Luis Cipriani) tuvieron una acalorada reunión en Palacio de gobierno. Cipriani le pidió que libere a Nancy Gilvonio (pareja de Cerpa Cartolini), pero Fujimori no cedió”.

El pedido por la liberación de la emerretista, encarcelada en el penal de Chorrillos, surgió por iniciativa de Cipriani al comprobar el cambio de ánimo de Cerpa Cartolini tras recibir una carta escrita por sus hijos Néstor Cerpa Gilvonio (10) y Juan Carlos (4). Los niños vivían en Nantes, Francia, junto a la madre del terrorista. Uno de los captores, alias Salvador, “le hizo saber que su objetivo ya no era revolucionario sino sentimental; El Árabe, que su intransigencia impedía la partida a Cuba; Tito, que su falta de decisión para obligar al gobierno a dialogar”.

Uno de los objetivos de la toma de la embajada japonesa era lograr la liberación de 458 emerristas presos, entre ellos el líder Víctor Polay Campos. JAIME RAZURI/AFP/GETTY IMAGES

“Desde ese momento Cerpa cambió de ánimo, se retiró de los partidos de futbol, perdió la autoridad que tenía al inicio”, relata Umberto Jara.

Cerpa Cartolini, tras nacer en 1953, había crecido en el distrito de La Victoria como un muchacho nada indiferente a la pobreza de su entorno. El libro Tomar por asalto el Siglo XXI, editado en 2003 por el MRTA en Bolivia, lo describe como un muchachito que se acostumbró “a ser el único sostén de su madre y su hermana, y [que] conoció tempranamente la disciplina del trabajo”. Lo presenta, además, como un amante del fútbol, capaz de ser hincha de Universitario en “un popular barrio de negros, casi unánimemente hincha de Alianza Lima, el equipo de fútbol popular por antonomasia”.

“Quienes le vieron jugar afirman que era un excelente volante y era un confeso apasionado por ese deporte, sintiendo como una frustración haber abandonado su práctica por el deber de múltiples trabajos en el desvelo de contagiar y construir sueños. Uno de sus más profundos dolores era, no solo que su hijo mayor estuviera en su refugio europeo junto a Felicitas (su madre), sino el hecho de que solo una vez en la vida había podido ir con él a presenciar un partido de fútbol”.

El gusto de Cerpa Cartolini por el fútbol era sabido. Por eso no extrañó que permitiera, a partir del 22 de enero de 1997, el ingreso de varios ejemplares del diario deportivo El Bocón, como único material informativo, según anunció un vocero de la Cruz Roja Internacional a la agencia AFP.

Las charlas de fútbol eran comunes al interior del edificio durante el cautiverio. Como escribió Carlos Alberto Yrigoyen Forno, diplomático confinado en el segundo piso de la residencia, en una carta publicada por la revista Caretas en enero de 1997, los vigías emerretistas de ese sector, jóvenes captores de origen campesino y pobre educación, “eran aficionados al fútbol y podían sostener las elementales polémicas de cualquier hincha o escuchaban con atención las historias policiales que el general Rivera seleccionaba de su larga experiencia profesional”.

Y mientras el fútbol era un tema frecuente entre rehenes y secuestradores, más allá de los muros de la embajada del Japón, el fútbol también estaba en boca de los miembros de la Dirección Contra el Terrorismo de la Policía Nacional. Se habían fijado la misión de conocer todo acerca de lo captores, controlar las inmediaciones del edificio tomado y penetrar el interior de la residencia, a través de micrófonos, para tener un panorama detallado de la ubicación y actitudes de los rehenes, la disposición y desplazamientos de los terroristas, comentarios y perspectivas que tenían en mente, así como el recojo y análisis de los desperdicios que salían.

El mayor Marcos Castro Renswich, en un documento difundido por Benedicto Jiménez en su blog personal, contó que la operación de inteligencia incluía un sistema de comunicación con códigos y procedimientos secretos para preservar la identidad de los agentes:

“'[Se llamó] ‘Estadio’, a la sede de la residencia del Embajador de Japón. ‘Bomboneras’, a las casas de seguridad donde operaban los equipos de escucha. Entrenadores de fútbol, a los jefes operativos; con nombres de futbolistas a los oficiales y suboficiales operativos y con nombres de jugadoras de voleibol al personal femenino que operaban en las casas de escucha y en la unidad de análisis”.

Durante los 126 días de cautiverio, los 14 subversivos encontraron que una forma de distender los ánimos era con partidos de futbolito al interior de la embajada. PEDRO UGARTE/AFP/GETTY IMAGES

En los días siguientes, a través de uno de los micrófonos en posesión de Luis Giampietri, vicealmirante en retiro de la Marina y por entonces presidente del Instituto del Mar del Perú, se supo que los emerretistas tenían la costumbre de organizar partidos de fulbito en el salón principal de la embajada. Eso permitió que el martes 22 de abril las fuerzas de inteligencia de la Policía y del Ejército se prepararan para el asalto definitivo tras un llamado urgente de Giampietri:

“15.10 horas, arriba uno solo en el pasadizo, abajo trece, ocho de ellos jugando fútbol… Indicar si se puede comenzar a hacer los preparativos para la gente para mandarlos a sus camarotes y no estén circulando en los pasadizos…Cambio…”.

Luego de eso, recibió la orden de retirar los pestillos de la puerta del balcón del segundo piso y entonces, a las 15:23, el vicealmirante dio la voz definitiva:

“Este es ‘Mar’, arriba uno, abajo trece…Mary está enferma… Mary está enferma”. Esa era la clave para el inicio de la operación.

Según José William Zapata, general del Ejército que comandó Chavín de Huántar, el equipo de 140 comandos ingresó por ocho lugares al mismo tiempo: cuatro equipos de asalto por el primero piso y otros cuatro, de rescate, por la segunda planta.

“Tres cargas explosivas explotaron casi en simultáneo en tres habitaciones diferentes del primer piso. La primera explosión se ubicó al medio de la habitación donde estaba teniendo lugar el juego de fútbol. A través del hoyo creado por la explosión y las otras dos explosiones, 30 comandos ingresaron al edificio, a la caza de los miembros sobrevivientes del MRTA”, recordó en 2016 en un evento por el aniversario del rescate.

Otro grupo de comandos ingresó a través de dos túneles ubicados en el jardín trasero de la residencia y ascendieron hasta la parte alta del edificio. Desde ese punto, desbloquearon un ingreso para el rescate de más rehenes y repelieron a los emerretistas por dos aberturas en el techo. Los 126 días de cautiverio llegaban a su fin con el saldo de 71 personas liberadas, 14 subversivos abatidos, dos comandos fallecidos (Juan Valer y Raúl Jiménez) y un civil, víctima de la refriega: Carlos Giusti Acuña, vocal de la Corte Suprema de Justicia.

A 20 años del Rescate del Siglo, la Justicia tiene claro que uno de los emerretistas, Tito, fue asesinado luego de su rendición, según el testimonio del rehén Idetaka Ogura. Si bien la fiscalía busca aún determinar las razones de su muerte, los comandos han sido exonerados de toda culpa. La condecoración de “héroes de la democracia”, entregada en abril pasado por el presidente Pedro Pablo Kuczynski podría significar el punto final de esta historia. Por ahora.

V

Rumores de un secuestro (1985)

La Selección Argentina pisó Lima el 20 de junio de 1985 con un rumor en las orejas. Uno muy molesto y que podía hacerle temblar las rodillas hasta al más talentoso futbolista del mundo, Diego Armando Maradona. No había fuentes oficiales que lo confirmaran, el rumor solo iba de boca en boca, de redacción en redacción, flotaba en la Lima de coche bombas y atentados terroristas, pero nadie se atrevía a tildarlo de disparate. ¿Sendero Luminoso quería secuestrar al astro argentino? ¿Era posible a solo pocos días del partido por las Eliminatorias al Mundial de México 1986?

Cuando la delegación argentina se instaló en el Hotel Sheraton, el rumor había crecido tanto, casi como el clima adverso en las calles, que pocos jugadores pudieron dormir la primera noche. Uno de ellos, Jorge Burruchaga, lo recuerda bien:

“La previa de ese partido fue traumática. Dura. Estábamos en un hotel del centro, al que habíamos llegado dos días antes. Habían puesto gente dentro el hotel. Gente afuera todo el tiempo. No podíamos andar por ningún lado. Terrible. Hasta la policía te quería pegar. Así eran las Eliminatorias de la época”.

La Lima de junio de 1985 no era lo que es hoy. El periodista de El Comercio, Miguel Villegas, lo refleja en una nota que desempolvó aquel rumor, con apariencia de cuento chino:

“La Vía Expresa era aún la gran arteria para el tránsito de los Enatru. Detonaban coches bomba. Las cárceles eran desfiles terroristas. En la TV, el humorístico Los Detectilocos captó la idea e incluso grabó un programa del tema. A ese Perú llegó Maradona y su selección. Según el documental 1986: La historia detrás de la Copa, producido por la Presidencia de la Nación Argentina, el equipo argentino sí pisó Lima con esa noticia: Sendero Luminoso iba a secuestrar a Maradona”.

Maradona, con 24 años, llegó a una Lima convulsa a causa del terrorismo y de la fiebre de las eliminatorias mundialistas. DAVID CANNON/ALLSPORT

Es cierto, en el documental citado, el periodista Carlos Polimeni, por aquel entonces enviado especial a Lima por la agencia Noticias Argentinas, se encargó de deslizar la versión:

“El clima de Lima en mayo del 85 era tremendo. Acababa de asumir Alan García [recién había sido electo], que era un presidente que había prometido no pagar la deuda al Fondo Monetario Internacional, con una agrupación armada, Sendero Luminoso, muy activa. Entonces asumía Alan, estaba la Selección argentina con Maradona y Sendero decía que iba a secuestrar a Maradona. Había un operativo de seguridad, un quilombo, en torno a Maradona y Argentina muy grande”.

Los antecedentes inmediatos, previos a la llegada de la Albiceleste, no eran alentadores. A finales de abril, Sendero Luminoso había realizado el primer atentado contra un alto funcionario: Domingo García Rada, presidente del Jurado Nacional de Elecciones, resultó herido en la víspera de las elecciones presidenciales. Un mes y medio después, durante la visita oficial del presidente argentino, Raúl Alfonsín, la misma agrupación terrorista decidió estremecer Lima, recordándole al mandatario saliente, Fernando Belaúnde, su incapacidad para controlar la situación. El diario El País de España, a través de un cable de EFE del 8 de junio, lo resumió así:

“El grupo terrorista peruano Sendero Luminoso ‘celebró’ el viernes la visita del presidente argentino, Raúl Alfonsín, a Lima con una oleada de atentados. Además de dinamitar varias torres de alta tensión y dejar sin luz a parte del país, los senderistas hicieron estallar tres coches bomba en pleno centro de la ciudad y provocaron incendios en 10 establecimientos comerciales y una tenencia de alcaldía. No se produjeron víctimas”.

Las explosiones al frente de Palacio de Gobierno y de la sede del Poder Judicial formaron parte de los reportes de los diarios argentinos de la época. El terror que vivía el Perú traspasaba fronteras. Los futbolistas del seleccionado dirigido por Carlos Salvador Bilardo, en su mayoría integrantes de clubes del torneo argentino, estaban muy al tanto de qué ciudad estaban a punto de visitar.

La rivalidad deportiva azuzó los ánimos. Incluso Jorge Valdano lo explicó así:

“No era un partido, era un acontecimiento. Cada vez que uno salía con Diego (Maradona) fuera de Argentina estaba ante algo nunca visto anteriormente. Pero en esa ocasión [en Lima] se tradujo en un clima muy hostil fuera y dentro de la cancha”, dijo al documental 1986: La historia detrás de la Copa.

El ambiente hostil en Lima pudo haber jugado en contra de Argentina, que perdió 1-0 con gol de Juan Carlos Oblitas. ARCHIVO/REVISTA EL GRÁFICO

Una vez ya en el capital peruana, mientras los seleccionados argentinos trataban de conciliar el sueño en el Centro de Lima, Roberto Chale, técnico de la Selección peruana, no dejaba de fantasear con su plan para ganar el partido: la marca personal a Maradona. Condicionada o no por el contexto, pero sí superada futbolísticamente en la cancha, Argentina perdió 1-0 con gol de Juan Carlos Oblitas, en un partido que pasará a la historia porque un futbolista discreto, llamado Luis Reyna, se encargó de secuestrar durante 90 minutos al mejor futbolista del planeta.

De la verdadera amenaza de secuestro, maquinada por Sendero Luminoso, solo quedó aquel rumor que sobrevoló Lima por aquellos días. Carlos Polimeni, a través de un correo electrónico, se encargó de aclarar lo expresado en el documental e incluso ofreció más detalles:

“Las versiones al respecto existían en todo Lima. El operativo de seguridad en el Hotel Sheraton era enorme y muy estricto, porque trabajaban bajo la presión de ese clima. La ciudad estaba muy revuelta: una visita previa al estadio [Nacional] terminó con corridas, insultos, piedrazos, agresiones. Estuve en Venezuela y Colombia en las semanas previas, siguiendo la Eliminatoria allí donde jugara Argentina, y siempre el entorno era complejo, con Maradona en el centro del interés, pero nada tan espeso como allí. Estoy seguro de que en los diarios más sensacionalistas se publicaron notas respecto al tema de Sendero, tal vez sugeridas por las propias fuerzas de seguridad. (…) La expresión debió ser ‘Se decía que Sendero Luminoso podía secuestrar a Maradona’. Si el grupo lo hubiese planeado, no lo hubiese anunciado ¿no?”.

Así queda claro por qué entre el 20 y el 23 de junio de 1985 sí fue posible creer que Maradona pudo acabar en manos de la organización terrorista más sanguinaria de la historia del Perú. Y es que a veces el miedo puede ser el más peligroso de los captores.

 

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