Sin poder oír ni hablar desde la cuna, Luis Portugal, campeón latinoamericano de skateboarding, ha aprendido a hacerse escuchar y entender montado sobre una patineta. Indiscutido en chacal, modalidad de acrobacias sobre el pavimento sin rampas, afronta el reto de dominar el skate en todas sus formas. Tokio 2020, los primeros Juegos Olímpicos que incluirán a este deporte, lo espera.
Aquí nadie se pone de acuerdo.
Hace un rato un chiquillo de 19 años, piel canela, mejillas rosadas, mirada huidiza y cuerpo fibroso, tomó su skate, lo lanzó al piso y se montó sobre él. Miró al frente, hacia abajo, y retrocedió el pie izquierdo, siempre sobre el skate, para ejercer presión en la parte trasera. Avanzó medio metro, se despegó del suelo y quedó suspendido mientras la tabla daba vueltas. Antes de caer lo jaló hacia él y, cual imán, madera y caucho se unieron para aterrizar juntos. El skate y su humanidad. Madera y carne. Solo pasaron cuatro segundos.
Y ahora, todos tienen algo que decir.
La confusión se debate entre dos trucos: un casper flip to late flip y un shove it late flip. Suenan igual. Se ven igual. En ambos el skate gira 360° para retornar como un boomerang, antes de tocar el piso, a los pies del skater. El ojo humano, desprovisto de slow motion, no registra sutilezas por segundo. En el primer truco, el skater jala la tabla con el empeine; en el segundo, patea hacia abajo con la planta. Detalles imperceptibles.
El muchacho, responsable de la polémica, solo mueve las manos. Coge el skate y lo hace girar varias veces en fallidos intentos de explicar el truco. Pero no dice nada. No lo ha hecho en sus 20 años.
—Otra vez, mudito
— ¡Te la vas a llevar de nuevo!
—Ta mare, mudo, ¿qué haces acá? Yo pensaba ganar.
Es un sábado de junio de un sol tímido, con incipientes rayos solares en el Skate Plaza de Pueblo Libre, una capa de cemento con pozas, rampas, y obstáculos construida por skaters para skaters. Quien desconoce este deporte creerá que están listos para ensayar una coreografía. Todos, o casi todos, visten muy parecido. Polos una talla o dos tallas más grandes, pantalones pitillos, sogas como correas y zapatillas gastadas por las partes laterales y frontales. Calzados que piden auxilio.
El ‘Mudo’ al que todos festejan y temen se llama Luis Portugal, y es sordomudo de nacimiento. Desde que pisó el Skate Plaza ha recibido elogios, advertencias y hasta súplicas. Luis solo sonríe y estira la mano.
Todos los 21 de junio se celebra el Día del Skateboarding a nivel mundial. Tres días después este evento se suma a la celebración con decenas de jóvenes de todas partes de Lima, quienes han llegado hasta este skatepark para medir su destreza con un trozo de madera. O de última, simplemente, para montar y ser libres.
Después de una caída, todo skater tiene una revancha. Siempre habrá oportunidad para pararse, limpiarse las rodillas, levantar la cabeza y volver a montar. Inspirado en esa metáfora existencial, válida para manuales de autoayuda, Ramiro Quijano fundó Revenger Griptape, una empresa que organiza eventos, obsequia lijas, y premia a la crew (equipo).
Hoy habrán dos modalidades de competencia: street y el chacal. En el chacal, el rider realiza un truco y reta a otro a imitarlo sin rampas de por medio. Luis Portugal domina esta modalidad. Algunos dicen que es el mejor del Perú. Los comentarios entre broma y broma atemorizan.
Se respira. Se siente. Cada vez que a un skater le toca competir contra Luis o bien se toma la cabeza o bien pide otro sorteo.
Serán 38 los muchachos que competirán esta mañana-tarde. Luis Portugal ganará, casi sin sudar, un premio más a su colección.
Sentada sobre unas gradas, una niña de mejillas redondas, trenzas y ojos pequeños escucha música. Luis calienta con otro amigo ridiculizándolo sin querer, pues este no puede seguir su ritmo ni imitar sus trucos. Luis se acerca a la niña, le pide los audífonos y segundos después hace guiños desaprobatorios y le muestra el pulgar hacia abajo. La niña sonríe.
Era rock, creo, y a él no le gustaba, me dirá después.
Los sordos pueden disfrutar de la música y moverse al compás de ella. “El cerebro de los sordos readaptan su estructura para suplir la deficiencia que impone la sordera”, explica Dean Shibata, profesor de radiología de la Universidad de Washington, responsable de un estudio que llegó a la conclusión de que los sordos sienten vibraciones en la misma región del cerebro que el resto de las personas usan para oír.
—Luisssssssssssssss, Luisssssssssssssssssss
—Luis Portugaaaal, Portugaaaal
“Oe ‘Mudo’, te toca”, le señalará el muchacho incapaz de seguirle el ritmo. Y el ‘Mudo’ le hará caso. Tomará su skate, saludará a su rival y lo vencerá. Como apretar stop en una película, retroceder y luego darle play nuevamente, la escena se repetirá.
El 25 de agosto de 1997, Liliana Benavente tenía miedo. A los tres meses de embarazo, la atacó la rubéola, esa enfermedad infecciosa con erupciones y fiebres altas que en gestantes es mortal. El doctor le advirtió que el niño nacería con dificultades: ciego, sordo o con alguna deformidad. El día del nacimiento, Liliana revisó al niño y no tenía nada. Solo semanas después volvería al médico para pedir explicaciones.
Después de varios exámenes, el médico determinó que el bebé era sordomudo. Así, con estas palabras, la familia Portugal Benavente sabría que la vida de Luis, el último integrante de la familia, estaría sumida en el silencio.
Es un viernes de junio y son las diez y media de la mañana en el segundo piso del jirón Sánchez Pinillos, Cercado de Lima, en casa de los abuelos de Luis Portugal. El muchacho no despega la vista de su celular. Una docena de trofeos colman la mesa-comedor. Son los galardones que ha acumulado en casi once años dedicados al skate.
Desde afuera, tras el ventanal que da a la calle, se escuchan bocinazos y gritos de choferes desesperados por el tráfico de la avenida Alfonso Ugarte. El aire en Lima está más denso y contaminado que de costumbre. Hace unas horas, una negligencia provocó un descontrolado incendio en unas galerías ubicadas en Las Malvinas, zona comercial del Cercado de Lima, y no ha podido apagarse por completo.
Liliana Benavente —ojos verdes, cabello castaño— estalla en risas cada vez que cuenta una anécdota graciosa de su hijo Luis.
—Toda la vida le hemos hablado. Siempre lo hemos tratado como un niño normal. A veces lo mandamos a comprar gaseosa con una botella o un papel. Y otra cosa, este chico es bien hábil para sacar cuentas. Uyyyyy, si supieras —dice y ríe de inmediato.
A su costado, desde una silla de madera, Gustavo Portugal, su esposo y papá de Luis, interrumpe para recalcar lo orgulloso que se siente.
—No cualquiera hace lo que él ha hecho. Su discapacidad nunca ha sido un impedimento.
Luis se para y se dirige a la mesa donde están sus trofeos. Coge el más preciado, el que ganó hace un año en Los Ángeles, en el Ruta To The Berrics, el torneo que reunió a los mejores ‘chacales’ de México, Argentina, Brasil y Perú. Luis coge a su abuela por el brazo, le hace señas para que sonría y se tomen un selfie. Luego le señala el celular a su papá. Se lo entrega y retrocede. Toma aire y sonríe. En la noche colgará las fotos en su cuenta de Facebook, los saludos se multiplicarán, y él responderá escueto: “Yo mucho skate”.
—Vas a contar su historia, ¿no? —titubea Liliana.
Su historia es así. Nació sordomudo y con soplo pulmonar. El riesgo siempre estuvo con él, desde el inicio. Sus padres tenían miedo de que se agitara. Lo sobreprotegían, pero él siempre aprovechaba un descuido para perderse de vista. Empezó en el skateboarding a los nueve años al lado de su hermano Jhair, luego un tío le regaló un skate y junto a sus amigos del barrio, en la Urbanización Valdiviezo de San Martín de Porres, se zambullirían en los skateparks de Lima.
Estudió solo primaria en un colegio especial. Trabajó como ayudante de panadería hasta que los primeros puestos por dominar maderas barnizadas se hicieron más frecuentes. Hubo un quiebre: un importante concurso de chacal organizado por Nike que significaba firmar un contrato de representación con la marca, viajar a los Ángeles, Estados Unidos, y ser asediado por flashes y micrófonos.
—Él ya estaba cansado de tantas entrevistas. Ya no quería. Entonces le decíamos: ¿Para qué ganaste, Luis?— dice Liliana Benavente. Y suelta una carcajada.
Escaleras, gradas, barandas, pistas, veredas, losas deportivas. La calle es la superficie deslizable ideal para el skate. Y es allí donde Luis ganó respeto en vez de humillación. Dejaba sin palabras a los skaters con trucos de YouTube. Sencillo no fue: al no poder escuchar el sonido del despegue ni las ruedas del skate, debía poner su mente en el pico máximo de concentración.
—Se iba a las competencias con sus amigos de Valdiviezo y volvía con zapatillas, tablas, lijas. Incluso en una Navidad me trajo una canasta. Yo le decía que tenga cuidado, no se vaya a lesionar. Yo sí tenía miedo— cuenta la mamá de Luis.
En abril de 2016, después de sobrarse en la fase eliminatoria, Luis Portugal disputaría la final de la Ruta To The Berrics, torneo organizado por Nike SB Perú, que ponía sobre el asfalto un premio excitante: medirse en Los Ángeles con los mejores chacales de México, Argentina y Brasil.
Paul Rodríguez, Shane O’neill, Sean Malto, Yuri Facchini y Luan Oliveira, cinco de los mejores skaters del mundo y representantes del team Nike SB, fueron el aperitivo de lujo en el coliseo Mariscal Cáceres de Chorrillos aquella vez.
Antes de llevarse la final, Portugal sostuvo un duelo más difícil pero sin público, tras vestidores: Paul Rodríguez, cuatro veces ganador de los X Games, la prueba más publicitada de esta disciplina. El sanmartiniano se fajó con el californiano, y demostró su repertorio de acrobacias.
Juan Landázuri, team manager de Nike SB Perú, fue uno de los pocos testigos.
Su campeonato, en cambio, tuvo miles. Arrodillado, agitando las manos, haciendo muecas, corriendo hacia el público, su humanidad celebró por su garganta. El skate, su mejor lenguaje, el más claro y arrollador.
—El ‘Mudo’ se lo merece. Siempre gana en esto. Él puede representar al Perú mejor que todos— lo felicitó Roberto León, el otro finalista.
—Se va, se va, Luis Portugal se va a representar a su país—gritó el anunciador con voz ronquísima.
Y se fue.
No estaba nervioso, aunque sería su primer viaje en avión y la primera vez que se separaría tanto tiempo de su familia. Sus amigos más cercanos le hicieron notar la magnitud del evento al que iba asistir, pero él sentía que era una oportunidad más para demostrar su talento. Para hablar, para decir, para expresarse a través de un skate.
Juan Landázuri fue su único acompañante en esos siete días, y esta mañana neblinosa de junio, frente al mar de Miraflores, en una cafetería de un centro comercial, recuerda cómo vivió esos días al lado de Luis mientras muestra algunas fotos archivadas en su laptop.
El mítico Stoner Skatepark, en Los Ángeles, sería el primer escenario que los cuatro finalistas del Ruta To The Berrics ocuparían para practicar. Diego Roca (México), Ricardo Cipola (Brasil), y Martín Isoldi (Argentina) no tardarían en lanzarse para practicar un poco de street en las pozas. A un lado, en la superficie de cemento, Luis practicaba chacal.
—Ya pues, ponte a tirar 20 horas seguidas tiros libres y te vuelves Messi. Algo así es Luis con el chacal—asegura Landázuri.
Las credenciales de Luis se pusieron de manifiesto, una vez más. Los otros participantes del Ruta To The Berrics veían, sorprendidos, sus maniobras.
—Ahí la gente ya comenzó a decir “¡qué es esto!”.
Un día antes de la gran final, los cuatro organizaron un minitorneo de práctica y el peruano se lo llevó. Fue premonitorio para lo que sucedería entonces: Portugal superó al brasileño Ricardo Cipola y luego al argentino Martín Isoldi en la gran final tras ir perdiendo por 4-0. Luis Portugal era el flamante campeón del Ruta To The Berrics.
—La final fue rara. Al principio estaba muy concentrado y no escuchaba nada. Hasta que en un momento me volvió la audición y ahí empecé a escuchar todo. Luis empezó a hacer sus trucos. Él tenía un poco de nervios porque no estaba acostumbrado a este tipo de eventos. Ganó él y bien merecido. Yo iba 4-0 y me lo remontó— así admitió Isoldi su derrota.
La tragedia se convirtió en ventaja: mientras a Isoldi tener los oídos intactos lo desconcentró; a Portugal su silencio lo coronó. El Stoner Skatepark estalló. El muchacho dio dos pasos, tiró la tabla, se arrodilló, juntó los brazos y enterró la cara.
Al día siguiente estuvo hecho un trapo. Portugal le hacía señas a Landázuri para explicarle que sus piernas temblorosas ya no daban más.
—Le decía descansa y ponlas en alto. Tuve que ponerme contra la pared. Para que me entendiera tenía que hacer las cosas primero.
Una libreta y un lápiz hicieron la comunicación más precisa en Los Ángeles. Si Landázuri quería pedirle que se bañara, le dibujaba una ducha; si era momento de descansar, una cama.
—Me preocupaba demasiado. Cuando me iba a la piscina y él no quería me quedaba pensando. Le di un papel con la dirección de hotel. Si se perdía encontraría el camino.
El skateboarding no es para cobardes. Cada caída, moretón, lesión, cada puerta cerrada se debe aguantar como parte del proceso de aprendizaje. A veces se grita, a veces se maldice, a veces, algunos, se rinden. Los que creen en sí mismos, como Luis Portugal, el ‘Mudito’ de San Martín de Porres, no claudican.
En el chacal, la modalidad donde las piruetas se practican sobre el asfalto sin necesidad de las rampas, ya llegó a su techo. En el Perú y Latinoamérica. Su desafío próximo: lanzarse a las pozas, pistas y calles, y dominar el Street, Half Pipe o el Big Air. El combo completo.
—Un amigo me dijo que el skate hablaba por el mudo. Y claro, tiene razón, habla por él y calla a todos, ¿no? ¡Qué loco! No necesita decir nada (risas) —ensaya Ramón Quijano, fundador de Revenger Griptape.
El skate habla por Luis Portugal. Son madera y carne. Pirueta y voz.